Por: Julio M. González. ACC Coach Ejecutivo y de Equipos
Al hilo de mi anterior reflexión, quiero seguir compartiendo aquellos aprendizajes vividos durante mi proceso de formación como coach, no antes sin enfatizar que no lo hago con la intención de enseñar nada a nadie, sino con el simple objetivo de ponerlos a disposición de aquella persona que tenga interés en leerlo, por si le sirve.
Así como mi manera de conversar ya no es la misma que antes, tal y como compartí en mi pasada reflexión, tampoco lo es mi manera de estar siendo hoy, en parte por conversar diferente, tanto conmigo mismo como con los demás, y en gran parte por otro gran aprendizaje que me regaló mi proceso formativo; entender y por lo tanto incorporar a mi mochila de habilidades algo tan maravilloso como es la aceptación.
Yo, en el pasado, me consideraba conscientemente (desde mi consciente) una persona con gran habilidad para aceptar a las personas que me rodeaban, sin importar sexo, raza, religión, origen social o cualquier otra condición. Sin embargo, en el transcurso de mi formación, logré tomar consciencia (desde mi inconsciente) de que sí, de que aceptaba, pero solamente aquellas actitudes, formas de actuar y/o maneras de estar siendo de los otros que de un modo u otro eran compatibles con mi marco de referencia, es decir, con mi manera de pensar, mis creencias y mis valores. Aquello que se encontraba fuera de los límites era simple y llanamente tolerado (que no aceptado), lo que conllevaba en mí y en bastantes ocasiones, la aparición de sentimientos limitantes (que no emociones), que me conducían a un duro proceso de ilusoria contención consciente de mis emociones, con todo el impacto que eso tenía en mi cuerpo. Las emociones no pueden contenerse aunque sí gestionarse.
Tal y como compartí en mi anterior reflexión, aprender que La Realidad no existe sino Mi propia realidad y que ésta es igual de legítima que pueda ser la del otro, junto a que las personas pasamos por un proceso individual, dentro del marco de referencia de cada uno, de selección, de interpretación y de opinión de hechos antes de actuar de una manera u otra, me ayudó a comprender el verdadero significado de la aceptación.
Cuando tolero, actúo desde un nivel superior de legitimidad de mi marco de referencia sobre el del otro, por lo que legitimizar desde el mismo nivel el marco del otro me ayudó y me ayuda, a desviar el foco de lo que hace o dice el otro a lo que me pasa a mí con lo que el otro hace o dice. Este cambio de foco me hace buscar otras maneras de gestionar las situaciones sin esperar que sea el otro el que haga, pues es solamente en mí donde se encuentran las respuestas a mis procesos de selección, interpretación y opinión de hechos que me llevan a actuar de una manera u otra.
Aceptar al otro como ser legítimo, como legítimo otro, me ha ayudado a cambiar esos sentimientos limitantes que tanto condicionaban mi manera de actuar, por otros más posibilitadores. Aceptar no significa que esté de acuerdo o no, que me guste o no lo que el otro hace, no hace, dice o no dice, sino entender al otro como un ser humano tan legítimo como lo pueda ser yo. Desde entonces, estoy siendo una persona que actúo y gestiono mis emociones de manera más liviana en el aquí y el ahora, con todo el beneficio que eso aporta a mi cuerpo, empezando por mis niveles de colesterol en sangre. Pero este hecho, que en principio entiendo que pueda verse como algo carente de conexión, es otro de mis grandes aprendizajes que en un futuro próximo también compartiré.
No quiero acabar sin invitarte, una vez más, a hacer una reflexión sobre esas situaciones de tolerancia que vives en tu relación con los otros. ¿Qué es, al fin y al cabo, lo peor que te puede pasar si la haces?
¿Qué te está pasando a ti con lo que hace o dice esa persona? ¿Qué juicio o creencia tuya hay detrás, que te hace sentir como sientes? ¿Para qué te sirve? Te regalo estas preguntas por si te sirven.
Leave a Comment